¡FELICIDADES: Rafael. Así le llama su esposa desde el comienzo de sus relaciones, y continua felízmente en ello.
Para los hermanos eres Rafa, el mayor de los cuatro: dos chicos y dos chicas, en ese orden.
Y para tu hermana pequeña puedo decir que te siento cercano desde la lejanía; desde que te fuiste a los 19 años para estudiar y luego trabajar lejos del hogar familiar.
En eso se diría que cumples con la tradición de los Rodríguez, iniciada en su día por el tío Rafael, hermano de nuestro padre, que dejó la casa familiar también a esa edad; si bien por motivos distintos que le llevaron a tierras sudamericanas.
Nuestro padre era como yo el pequeño de la familia, y el ver partir al hermano mayor cuando tu eres aún niño tiene algo de magia: no estás ahí pero estás. Papá te puso su nombre por esa fascinación del recuerdo que se hace vivo en el nombre de aquel que pervive en la memoria.
Y este en mi caso. Siempre recordaré el día en que hice mi primera comunión. Fuiste tú el que me acompañó junto a mamá, en representación de papa.
Era un dieciocho de agosto de 1958, en La Coruña, y nuestro padre estaba trabajando en Valencia, pues, la economía familiar no le permitía tomarse vacaciones; mamá había optado por celebrar ese día en nuestra ciudad natal por dos motivos principales: por que en aquella ciudad las comuniones parecían bodas, por los costosos festejos tradicionales, y por que en La Coruña mis padrinos, la tía Angelita y el tío Ramiro, se encagaron de reunirnos a los familiares en su casa para tomar el tradicional chocolate con churros, tras el preceptivo ayuno de 12 horas previo a la comunión.
Ya ves, hermano mayor, los pequeños detalles no se olvidan nunca.